Barcelona quedará por siempre marcada. Quizá perdonará, se recuperará, y saldrá a flote. Pero no olvidará. No olvidaremos.
El 17 de agosto un grupo de cobardes movidos por una creencia radical que poco tiene de religión, y mucho de psicópata, decidió, tras un intento frustrado de hacer más daño, poner fin a vidas inocentes que paseaban, como un día más, por nuestra querida Rambla de Barcelona.
No he venido aquí a contaros cómo ocurrió, por qué, dónde, quién, pues si de algo se ha encargado la televisión durante estos eternos días, ha sido de informarnos sobre el suceso.
Pero ¿qué ocurre ahora? ¿Qué pasa cuando, tras lo ocurrido, queremos intentar volver a nuestra vida? Volver a reír, a salir, a pasear, a disfrutar de nuestras playas o de nuestras plazas… parece fuera de lugar. Y muchos, durante estos días, tras un momento de pausa y desconexión, nos hemos sentido fatal tras reírnos con algún amigo de cualquier cosa, quedar para cenar, o, en fin, seguir con nuestra vida.
El problema de cualquier atentado terrorista es precisamente este. El terror. El miedo es la emoción que más rápido se propaga.
Pon a un grupo de personas en un lugar concurrido, y que rían, se abracen y jueguen. Pocos se unirán, muchos incluso lo ignoraran. Sin embargo, haz que estas personas griten, lloren, corran… en pocos segundos todas las personas del entorno imitaran la conducta, sembrando el pánico.
Precisamente de esto se alimenta el terror; del miedo.
Es por ello que una vez que el fatídico y asqueroso hecho ha ocurrido, toca hablar de las consecuencias ¿Qué pasa ahora?
Muchas son las llamadas que he atendido, las personas que se han puesto en contacto conmigo para hablar de ese sentimiento de indefensión, de pena, miedo, pánico, estrés o ansiedad. Muchos incluso se alarman “¿Por qué me siento así, si a mí ni a mis seres queridos nos ha pasado nada?” Recuerda que todos tenemos derecho a llorar un hecho así. Tú también tienes derecho a sentir miedo, rabia o pánico. Las víctimas del terrorismo somos todos.
Ante esto, varios son los síntomas que puedes estar experimentando:
- Ataques de pánico, o lo que es lo mismo, la sensación de no poder respirar e incluso sensación de que uno puede morir (aunque esto nunca llega a ocurrir, pues sólo se trata de una sensación) ante situaciones que recuerdan lo que pasó.
- Episodios depresivos que implican la presencia de desánimo, frustración, tristeza excesiva y, en ocasiones, la presencia de ideación suicida(más común en personas que han perdido a un familiar en el atentado).
- Pérdida de interésen las actividades del día a día, incluso de las que resultaban placenteras.
- Sentimientos de inseguridadrespecto al presente y futuro.
- Baja autoestimay sentimientos de poca valía.
- Sentimientos de inadecuación. Tras el atentado puede pasar que el afectado “no encuentre su sitio” o siente que “no encaja en su entorno”, incluso aunque antes sí se encontrase cómodo en esas mismas situaciones.
- Estados de ira y agresividadque impiden poder llevar una vida normal y recuperarse.
- Abuso de sustancias, especialmente de alcohol, como una estrategia para huir del malestar experimentado por la persona.
El sentimiento de culpa es otra de las posibles consecuencias de los supervivientes, dado que se piensa en lo ocurrido y en cuál fue nuestro papel, en lo que se pudo hacer y no se hizo. Por ejemplo, se puede pensar “fue culpa mía que murieran tantas personas, yo podría haber salvado a algunas y me quedé paralizado”, “yo podría haberle sacado de allí”, “yo le insistí en estar allí”.
Y la lista de consecuencias psicológicas es tan larga, que los que nos dedicamos a la salud mental tardaríamos años en paliar todas estas sensaciones.
Sin embargo, si hay algo que me ha llamado la atención estos días, es que todos estamos anclados en aquello que estábamos haciendo cuando el atentado ocurrió.
Estaba comprando, estaba viendo la televisión, echando la siesta, paseando, jugando con mis hijos, me estaba dando una ducha…
Y hasta aquí, nada fuera de lo normal. Cuando una noticia de estas magnitudes llega a nuestros oídos, el cerebro tiende a darle al botón “grabar” para dejar huella de aquello que estabas haciendo en aquel momento en el que otros estaban luchando por su vida.
Todos recordamos qué estábamos haciendo en cualquier de los otros atentados que nuestro planeta ha vivido.
Pero la pregunta que me viene continuamente a la cabeza, y la que me ha hecho plantarme delante de este texto, es: ¿Qué vamos a hacer ahora?
Decía Godfrey Reggio: “Creo que es ingenuo orar por la paz mundial, si no vamos a cambiar la forma en la que vivimos”.
Y eso es precisamente lo que creo que deberíamos hacer. No hablar de paz, hacerla.
Cuando nos levantamos.
Cuando salimos camino al trabajo.
Cuando nos cruzamos con un desconocido.
Cuando recibimos un empujón en el metro.
Cuando perdemos el bus.
Cuando alguien comete un error.
Cuando tú cometes un error.
Porque seamos sinceros, de nada sirve querer la paz en el mundo, si tratas mal a las personas que rodean tu propio mundo.
Porque cuando eres mal educado con un desconocido, también estás atacando a la paz.
Cuando juegas con las emociones y sentimientos de otras personas, también estás atacando a la paz.
Cuando discriminas a una persona por su raza, color, orientación sexual, género o religión, estás atacando sin piedad a la paz.
Cuando estafas, robas, o actúas movido únicamente por intereses económicos, también estás atacando a la paz.
Cuando actúas movido por la rabia, el rencor, la pereza, el odio, o la simple y peligrosa ignorancia, también estás sembrando el terror en tu mundo.
Y como he dicho anteriormente, el miedo se expande rápidamente.
Hoy me he ido a pasear por la Rambla de mi Barcelona.
Hoy he comprado un ramo de flores, y lo he colocado en el lugar de los atentados.
Hoy he mirado a mi alrededor, y he visto a personas de diferentes procedencias paseando, abrazados, sonriendo… sí, todo bajo ese manto de miedo y rabia que aún se palpa en el ambiente, pero demostrando que no van a poder con nosotros. No tenemos miedo.
Y la vida sigue.
Mi Barcelona sigue.
T’estimo Barcelona.