Y de repente

felicidad

Era una tarde de un caluroso junio. El verano se abría puertas demasiado rápido, y a todos les había pillado con esa chaqueta molesta que se pega al cuerpo pidiendo ser arrancada.

Javier camina por la Rambla de Barcelona, cabizbajo.

De todos los finales que había imaginado, éste era, de lejos, el que más le había dolido.

Tras una larga relación con Marta, ésta había llegado a su fin. Tocado y hundido.

 

Lo peor, sin embargo, no fue eso.

Lo peor fue saber que Marta llevaba tiempo deseando que aquello terminase. Y aunque la decisión había sido mutua, Marta llevaba ya en la maleta un gran repertorio con el que pasar el tiempo y las ganas.

Marta ya andaba de fiesta en fiesta, y no tardó en volver a tontear y tomar contacto con todos los chicos con los que antes, por respeto, no hacía.

Pero las ganas ahí estaban, y eso hacía que cada vez que Javier le tocaba, ella imaginara a Jorge, Marcos, Damián, Manuel…

Mientras tanto, Javier seguía sin salir. Iba al trabajo, veía a un par de amigos, y volvía a su habitación, pensando cuánto tiempo llevaría Marta deseando ese final, cuánto le habría costado a ella frenar sus impulsos de contestar a otros chicos, más por respeto, que por decisión. Y la lista era interminable.

 

Recordaba entonces diferentes momentos de la relación, que ahora, con esta verdad por delante, y con una Marta sin falsa careta, eran más crudos, pero más reales.

Las veces que Marta pasaba de él, las veces que ella parecía estar en otro mundo, las veces que le contestaba mal sin ningún motivo, y tantas otras veces, que ahora hacían que Javier se sintiera engañado, y profundamente dolido.

  • ¡Olvídate de esa perra! – le decía una amiga.
  • ¡Todo ha sido una mentira! Ahora que lo sabes, pasa página cariño… – le decía su madre.
  • Nunca has confiado en ella, aprende de eso, el instinto no miente – decía su hermano.
  • Es una mentirosa, empezó con mentiras, y como no podía ser de otra manera, acabó con mentiras – decía el amigo más sensato.

Era algo que calmaba a Javier.

Él tenía parte de responsabilidad en esto. Una historia que empieza con trampas, acabará con trampas.

Y así fue.

 

Paseaba bajo ese sol, en esa preciosa Rambla de Barcelona, pero no era consciente de nada de lo que le rodeaba.

 

Pasaron los días.

Y mientras el número de fans de Marta aumentaba en sus redes sociales, la sonrisa de Javier cada vez era más sincera, más pura.

Fue exactamente un 12 de junio cuando Javier decidió salir a pasear, visitar su floristería favorita, y escuchar sus canciones preferidas.

Fue entonces consciente del sol.

Pudo notar incluso cómo estos rayos alimentaban su piel, cómo su energía aumentaba.

Ahora ya no escuchaba las letras, era consciente de cada instrumento, de cada nota, de cada suspiro que la cantante emitía entre frase y frase.

 

Y levantó la vista.

 

La gente sonreía, paseaba, jugaba, comía helados, reía…

Y sonrío.

Y pensó que, al fin y al cabo, la vida era eso.

Tener un camino que recorrer.

Un sol que disfrutar.

Gente de la que rodearse y observar.

 

Entró en la floristería, dispuesto a comprar sus flores preferida, cuando alguien le saludó.

  • Hola Javier – dijo ella – Era Javier ¿verdad? Disculpa, soy horrible con los nombres.

Y allí estaba ella.

Carla era una amiga de un amigo del grupo. Se habían visto un par de veces, pero nunca habían alcanzado a cruzar dos palabras, y las veces que ella parecía más dispuesta, él ya estaba enamorado de Marta.

  • ¡Hola Carla! – dijo él, nervioso – ¡Caray cuánto tiempo! ¿Cómo estás?

 

Tras los cordiales saludos, intercambiaron opiniones sobre plantas, tierras, semillas… y tras unos minutos que a Javier se le hicieron pocos, ella se despidió.

Fue entonces cuando él se atrevió.

  • Carla, espera ¿te apetece que cambiemos los números de teléfono?
  • ¡Claro!
  • Podemos ir a tomar un café, o ir al cine… si te apetece.

 

Ambos sonrieron, y prometieron llamarse.

 

Al día siguiente, una mañana donde el calor parecía dar tregua, Javier se enteró que Marta tenía novio. Javier no quiso saber más. Ya lo había adivinado. Se trataba de uno de esos chicos con los que Marta solía hablar por redes sociales.

No tuvo que decidir que le daba igual. Le dio igual de verdad.

Entendió que Marta necesitaba eso. Alimentar el ego. Calmar la soledad. Y la vida, y sus experiencias amorosas, le habían enseñado que la mentira y la trampa eran la mejor manera de llevarlo a cabo.

Sonrió.

Y por primera vez desde aquella mañana de la ruptura, se sintió afortunado. Era un tipo con suerte, esta vez no iba a ser él quien cayera en sus trampas.

 

Esa noche, ya dispuesto a darse su baño y engancharse a alguna serie, sonó su móvil.

“Hola guapo, soy Carla ¿te apetece ir al cine?”

Una hora después, Javier se encontraba con Carla en la puerta del cine. Ambos sonrieron. Él le sorprendió llevando sus flores preferidas. Ella una pequeña bolsa de tierra especial para plantas.
Y de repente, se sintió feliz.


Nota del autor:

La relación entre Javier y Carla no funcionó. Sin embargo, ambos tienen una excelente amistad, cambian libros sobre plantas, van a museos, y no se pierden un estreno de cine.

Javier ha empezado una relación con Lucía, una antigua amiga. Ambos pasean, se besan en público a todas horas, y comparten noches de sushi y películas de terror… pero esa es otra historia.
Tienen la casa llenas de flores.

 

Marta ha encontrado otro novio, Fernando. Lo muestra por todas partes: círculos de amigos y redes sociales. Ella le dice que le quiere a todas horas, mientras mira su móvil.
Él, actualmente, ha empezado a tener ciertos ataques de ansiedad.

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